viernes, 2 de octubre de 2015

A Martina no le gustaban los días grises, de hecho siempre terminaba pintando el cielo de color azul. Cada vez que se despertaba y miraba por la ventana, cuando el cielo gris veía, lo primero que hacia era buscar su caja de crayones.
Esa mañana, no pudo encontrar el crayon azul. Su mamá lo había escondido, por fuerza mayor. Y Martina quiso quedarse en la cama negándose a salir. Era su primer acto de rebeldía. Su mamá la dejo quedarse, tenia un plan mejor.
Esa mañana Martina no pudo volver a dormir, el cielo gris siempre la distraía. Formas en las nubes ella veía. Caras horribles que la asustaban, algunas de enojo, que relampagueaban cuando estaban furiosos. Martina en las sabanas se escondía, pero cada ves que volvía a salir, las nubes seguían ahí.
Su madre entro a observarla. Martina, salí de la cama, enferma no estas, acompañame a alimentar a las nubes que están. Le dijo para animarla. De pronto, un relámpago sonó. Martina se asusto y su mamá se río. Del cuarto ella salio, y Martina volvió a ver la ventana.
De pronto ella vio, una nube gris que pasaba, triste estaba, y algunas gotas largó. Martina su mano en el vidrio apoyo y sintió compasión por aquella nube triste. Miro a las otras que enojada se peleaban por ver quien hacia más ruido. Sin querer una lamparita a Martina se le prendió, la apagó, y con un golpe en el vidrio a esas nubes llamo. Tuvo una idea. Las nubes la miraron desafiantes y rayos largaron avilantez. Martina se atrevió, agarro su caja de crayones y en el vidrio dibujo, nubes aterradoras y llenas de rayos, luego apago y prendió la luz de su cuarto, creando ella un gran relámpago de electricidad Sobre las nubes pintadas en los vidrios. Martina se río, y las nubes del cielo un poco se alejaron, temerosas de que las nubes creadas por Martina las fueran a lastimar.
Ella victoriosa se sintió, y puso caras de miedo para seguir enfrentándolas. De reojo observo, a la nube triste que se detuvo, una pequeña sonrisa Martina descubrió. La nube triste de a poco se movió, y de repente blanca ella se puso, el sol la estaba iluminando del otro lado de su cuerpo. A Martina una gran sonrisa se le dibujo, y la nube triste un ojo le guiño. Ese día Martina aprendió, que no hay que espantar a los días tristes, si no que si los acompañas, en algún momento al sol vas a encontrar.

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