miércoles, 31 de agosto de 2016

Alicia

“ALICIA”

Un día lluvioso de Septiembre, una particular criatura se apareció en la casa de Camila. Ella se acababa de mudar al barrio, y cuando movió las últimas cajas hacia adentro, las gotas empezaron a caer con fuerza.
“La naturaleza es sabía y sabe dar bienvenidas” - Camila pensó, mientras que con cara larga y sus puños apoyados en sus cachetes llenos de pecas, miraba la lluvia caer.

Su abuela Martha le alcanzo una taza de té. Ahora estaban ellas dos solas contra el mundo. Con la taza de té vino la explicación de que todo esto era temporal. Qué sus padres iban a volver en unos meses y que solo por ese tiempo se tenia que acostumbrar al nuevo cambio. Camila con decepción miro a su abuela, manifestando su desagrado a su nuevo hogar con simples palabras “No me dejaron elegir. Me podía haber ido con ellos”. La abuela Martha manifestó que nada de eso era fácil. “Es la tercera vez en el año que pasa lo mismo” – Camila se anima a expresar. “Nadie parece decirme lo que pasa, sin embargo yo sigo terminando acá”. Su abuela tampoco sabe explicarle bien. Camila la miro y sin decir nada, se encerró sola en su cuarto.

Su cuarto era gigante, del techo colgaba una antigua lámpara estilo araña. Su cama quedaba chica postrada sobre la pared. En el placar, ubico su ropa en los primeros tres estantes, luego puso sus juguetes en los estantes restantes y aún así el placar seguía dando ese aspecto vacío. Como el cuarto en general.

Camila se sentó en su escritorio que daba a un gran ventanal donde se observaba un descuidado jardín. Del jardín se podía observar eucaliptos pelados, plantas descuidadas, árboles frutales que no dan frutas, diferentes tonalidades de verde, un alto pastizal y ollas y cacerolas que se expandían en el jardín y juntaban el agua que caía del cielo, era un viejo oficio de su abuelo el meteorólogo. Camila, miraba con atención la ventana como si una película pasara frente a sus ojos. Las nubes eran cada vez más negra y el agua caía con más fuerza. Camila lentamente cerraba sus ojos cayendo en ensueño.

Pero de pronto algo en el pastizal se movió. Era una especie de tigre pequeño que sigiloso y con rapidez se movía para cazar a una presa que solo la criatura parecía ver. Eso hizo que Camila saltara de la silla, se acercara al ventanal con rapidez, y con sus ojos pudo ver a la criatura clara. Era un gato que con sus pelos todos mojados y pinchudos, luchaba en vano contra una hoja que el viento controlaba y el nunca podía agarrar.

Camila rio ante esta situación, y salió corriendo al jardín, no le importaba mojarse, con total de atrapar a este sigiloso gato. Camila, salió por la puerta de la cocina. Su abuela Martha se había quedado dormida. Corrió por el jardín y agarro el gato de sorpresa con facilidad, pero el gato se le fue de las manos. Ahora en vez de cazar la perdida hoja, el gato intentaba escaparse de la humana de aquel jardín. Él no era más el rey del lugar, ahora debía luchar contra aquella invasora.

Camila lo busco con la mirada y lo encontró al lado de una cacerola que estaba casi por rebalsar del agua que llevaba acumulando. “Adonde crees que vas” – Le dice audaz Camila. El gato dio una vuelta por la cacerola y luego se volvió a detener, mirándola fijamente “Este es mi reino, ¿adonde vas vos?” Y el gato se tiro al paso para rascar su espalda. Camila se sorprendió, froto sus ojos como si todo esto fuera parte de su imaginación. “¿Perdón?” – Camila dijo y atrevido el gato respondió “Invasora”.

Un relámpago cayo fuertemente en el fondo del jardín, el estruendo aturdió los oídos tanto del gato como de la humana. El gato inteligentemente se escondió debajo de una cacerola para cubrirse de la lluvia. Camila agarro un viejo paraguas negro que se encontraba en la esquina del ventanal de su cuarto, y lo abrió. Ambos evitaron una fuerte pulmonía. Camila continuo “Ahora yo vivo acá”, Y el gato, que resulto ser gata, se lamio una de sus patas. “Martha nunca se olvida de ponerme comida”. “¿Queres entrar?” – Camila remató. “Ningún gato pudo”. . “Vos sos nuevo acá, no?” Camila preguntó.. “Si con nuevo, te referias a nueva, puede ser, los jardines me son iguales. El ultimo que estuve tenia un árbol de cerezos”. Hablaban la gata y Camila, casi se puede decir que se convirtieron en amigas. – “La ultima vez que estuve acá las hojas se estaban cayendo” Camila recuerda. – “Nunca deberías haber vuelto, ahora las flores salen y a mi me dan alergia”.

Camila se quedo cayada por unos segundos. La lluvia a veces la hace recapacitar y aunque se queja de ella, en el fondo le gusta. La lluvia como todo en ese jardín tiene algo mágico y a Camila la magia le resulta atractiva. “El pasto me agrada” – Camila rompe el silencio. “Te lo regalo si queres”- La gata es generosa. “Estas segura de que no queres entrar, la lluvia va a seguir” – Camila insiste. “A Martha no le gustamos, solo nos da comida para que le cuidemos los bichos del jardín. Este es nuestro reino. Además para que entrar si esto es el paraíso” .

Camila observa con atención el Jardín, el viento corre los árboles que aunque no tienen hojas producen un agradable sonido. El pasto con sus gotas de lluvia sobre sus hojas lo hacen aun más verdoso. Las cacerolas que juntan agua forman una figura imperfecta de una especie de laberinto de la cual la salida esta clara, pero igual no queres salir de el. En el fondo, las plantas descuidadas forman una fauna casi selvática de bichos. “Todavía no me contestaste si queres entrar” - Camila insiste y agrega, sin pensar “Estoy segura que si fuera gata a mi abuela le gustaría”. La gata da una vuelta más por el paso, observa el cielo, las nubes se están borrando, y ahora es poca el agua que cae.

La gata se acerca a Camila. Ahora ambas comparten el paraguas. “¿Cuánto apostamos?” – La cuestión se esta tornando atractiva. “Como si todo eso fuera posible. Como si me pudiera convertir en gato y demostrarte hasta donde soy capaz” Responde Camila. “Me estas escuchando, me extraña que todavía no aprendiste que todo posible es”. La gata se sube a Camila, ella la agarra con su brazo libre. La gata la acaricia con sus garras. Camila la sube para que ambas se miren. “¿Cuánto apostamos?”, vuelve a repetir. Y Camila se atreve a decir “El reinado del Jardin”. La gata lo piensa, no se esperaba dicha proposición. Ella tiene espíritu de ganadora, aunque Camila también sabe lo que hace.

La gata se relame por unos segundos, recapacita, sabe que es imposible, cree conocer mejor a Martha, ella es alérgica. Tiene demasiados peligros en el Jardín para dejar este reino en descuidado. Los sapos cantan a la noche, le gusta el sonido orquestal que hacen mientras los gatos cazan. Para la niña va a ser imposible que cuide todo esto. Menos de tener el gran premio de entrar al paraíso. Donde la verdadera comida se encuentra. Donde los salmones se cuidan de las garras felinas, por que la fuente del fondo de torno inhabitable. En ese entonces, la gata habla. “Acepto”.

Camila se despierta de su gran escritorio. Observa el gran ventanal de jardín. Ahora la lluvia ya no cae más y algunos rayos de sol se escapan de entre las nubes y logran formar un arco iris entre las gotas que quedan en el pasto. Camila sonríe. Mira la enormidad de su cuarto, que sigue vacío. Camina sobre él. Toca las paredes, se sienta en su cama. Observa la gigante araña que cae del techo. La prende. Se ilumina el techo, donde se pueden observar viejas pinturas de paisajes. De pronto se escucha la vos de Martha que la llama de lo lejos “Camila, Camila… mira lo que encontré”.

Camila sale de su cuarto corre hacia la cocina. Hacia donde se encuentra su abuela. La encuentra de espaldas. “Abuela ¿me llamaste?”. – pregunta curiosa. La abuela Martha se da vuelta, y de sus brazos ubica un pequeño gato negro, mojado y con sus pelos puntiagudos. El gato casi parece un tigre. “Mira lo que encontré en el jardín, estaba llorando, mientras trataba de cazar una hoja que el viento movía. La encontré escondida en una de las cacerolas de tu abuelo”.

Camila esboza una pequeña sonrisa. Sabe que todo su reino se acabo en ese instante, ahora la enormidad de su cuarto va a ser compartida por esta criatura que tanto conoce. La gata la mira y le guiña el ojo. Camila sabe que no debe subestimar más a la mente humana, que ahora felina es. La abuela continua hablando “Mira, toda mojada…Ya se que soy alérgica, pero se me ocurrió que a vos te haría bien”. Camila agarra la gata, ella se sube a su hombro, parece siempre tener el control. “¿Cómo queres llamarla?”, le dice la abuela, mientras que le alcanza un pote de leche. “Alicia” menciona Camila, casi sin pensarlo. Sabe que con ese nombre, ella va a reaccionar.

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